Hace cuatro años ingresé a
Licenciatura en Derecho en el ITESM, coloquialmente conocido como Tec de
Monterrey. Al igual que muchos jóvenes que acaban de concluir el bachillerato,
no tenía idea de que carrera elegir entre la gran oferta académica que existe,
pero sabia que quería seguir en el Tec por mi experiencia previa en la prepa,
además de contar con una beca que cubría el 100 % de los gastos de colegiatura.
En ese entonces ya figuraba la carrera de filosofía entre mis opciones, pero la
incertidumbre respecto a la bolsa de trabajo me había hecho descartarla. Así
que, siguiendo el consejo de familiares, docentes y, sobre todo, de mi padre,
decidí estudiar para ser abogado. La abogacía es una de las profesiones más antiguas y
demandadas en occidente, además de contar con muchas opciones de trabajo.
Aunado a esto, me convenció el hecho de que muchos escritores que admiraba
habían estudiado leyes, lo cual me hacía sentir cómodo con mi elección ya que, tanto la carrera como la universidad, tenían un alto nivel de prestigio.
Sin embargo, tres años después
ocurrió una serie de sucesos por los cuales perdí la beca (circunstancias ajenas a mí que tal vez cuente algún día), lo cual me
imposibilitó seguir estudiando en el Tec ya que las colegiaturas eran muy altas
para pagarlas por cuenta de mi familia. En consecuencia, entre en un periodo de inactividad académica.
Al inicio, vi tal circunstancia como una oportunidad para desenvolverme en el
ámbito profesional y cumplir varios proyectos que tenía en mente con la
esperanza de volver al Tec en un plazo máximo de un año. Empecé
trabajando como escritor freelancer en una plataforma educativa, participé en
un par de concursos artísticos y desarrollé algunas ideas de negocios, pero no tenía estabilidad financiera ni un plan concreto a futuro. Conforme
pasaba el tiempo, la esperanza de terminar la carrera en mi primera universidad fue disminuyendo poco a
poco y tenia que buscar otras opciones para mi formación académica. Así es como entró la UNAM a mi vida.
A inicios de este año, poco antes
de que empezará el caos por el COVID-19, hable con mi padre acerca de estudiar
otra carrera en otra universidad. Mientras que el quería que entrará en la misma
carrera pero en la UNAM, yo ya no estaba encantado con el Derecho y había
descubierto que mi interés gravitaba hacia otra dirección: la filosofía. Después de algunas negociaciones, conseguí que mi padre me apoyará emocional y económicamente en esta decisión. Ya emocionado de nuevo por mi futuro, busqué la fecha de la próxima convocatoria para licenciatura, la
cual fue JUNIO 2020, pues corría el mes de mayo cuando todo esto pasaba en mi
vida. Yo no sabía como era el proceso de selección ni que el examen de admisión
es muy parecido cada año, por lo que no sabia que esperar. Seguí las instrucciones
de la convocatoria y empecé a estudiar en cuanto tuve la guía, es decir, a
finales de junio. Tenía la convicción de quedarme en el primer
intento, pero a una semana de haber empezado a estudiar par el examen recibí la noticia de
que, por un cambio afortunado de circunstancias, podía volver al Tec para terminar mi primera carrera.
Esta última noticia cambio mi
vida en ese momento. La ansiedad acumulada de un año que estaba siendo
amplificada por la preocupación de no pasar el examen de la UNAM se alivió en
ese momento. Tenía la oportunidad de no desperdiciar los tres años que ya había
invertido en la carrera de Derecho (Ninguna otra escuela de prestigio revalidaría mis materias, lo investigué), por lo que la tomé y a la semana siguiente
ya estaba inscribiendo mi horario para entrar a clases en agosto.
Derivado de esta situación, dejé de estudiar para el examen de la UNAM y, de hecho,
no sabia si ir a presentar el examen o no. Por un lado, podía volver a concentrarme en mis estudios de Derecho olvidando el estrés que implica el proceso de inscripción en la UNAM, pero por el otro lado tenía un sentimiento de culpa y autotraición, porque la filosofía era lo que quería estudiar, lo que más me
gustaba y, además, ya había pagado el derecho a examen y no perdía nada
intentándolo.
El 20 de agosto me presenté en el Colegio Oviedo Schonthal para la toma de fotografía y la aplicación del examen. No había estudiado nada después de saber que volvería al Tec, pero tampoco me sentía presionado por esa misma razón. Presentar un examen presencial en tiempos de pandemia es algo surreal, pero de eso hablaré luego. Al contestar el examen tenía incertidumbre en muchas respuestas, por lo que cuando terminé no tenia ni idea si iba o no a ser seleccionado. Exactamente un mes y un día después se publicaron los resultados. Lo recuerdo porque una amiga a la que le había contado esta historia me etiquetó en una publicación de Facebook un día antes, así que el 21 de septiembre por la mañana yo ya estaba emocionado y preocupado al mismo tiempo mirando la pantalla de mi computadora sin poder entrar al portal por la saturación de los servidores. No pensaba que sería admitido pues, al ver que el mínimo de aciertos requeridos era noventa y nueve, pensé que yo debía tener menos, máximo noventa. Después de una hora de recargar repetidas veces la página web vi mi resultado. noventa y nueve aciertos. Ni uno más, ni uno menos.
La travesía no termino allí, ya que tenia que
entregar los documentos que me solicitaba la UNAM para quedar plenamente
inscrito y me hacia falta uno muy importante: El certificado de bachillerato.
Dadas mis pocas expectativas de ser seleccionado, no había gestionado el
trámite de duplicado del certificado y el único que existía estaba en
manos del Tec. El mismo día que recibí los resultados empecé a
mandar correos electrónicos a todas las personas de Servicios Escolares que me pudieran ofrecer una alternativa para acceder a este documento. Fueron dos semanas de estrés y de
insistir hasta que conseguí que me lo dieran DOS horas antes de entregarlo en
CU.
Al momento de escribir esto,
apenas ha pasado una semana y media de que entregué los documentos y apenas una semana de
clases en la facultad de filosofía y letras. A pesar de que las clases son por Zoom en ambas
universidades, las diferencias se notan de inmediato. Aparte, la mayoría de mis compañeros en la UNAM son novatos en la vida universitaria y cuatro años menores que yo, lo cual parece ser una gran diferencia. Sin duda alguna, habrá muchas cosas que escribir en el futuro
sobre la evolución de estas clases, de mi sanidad mental y de la situación
actual, ya que en algún momento volveré a las clases presenciales en ambas
instituciones y la situación podría volverse más compleja de lo que ya es.
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